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RESUMEN EL CRISTO DE ESPALDAS - Eduardo Caballero

RESUMEN DE LA OBRA LITERARIA "EL CRISTO DE ESPALDAS" 
- Eduardo Caballero Calderón -
Argumento de "El cristo de espaldas", libro de Eduardo Caballero Calderón.
El padre joven llega al pueblo, el sacristán “cari cortao”, lo llevo hasta su próximo hogar, entraron ambos en la sacristía y el sacerdote se dio cuenta de la pobreza del lugar. 

A las cinco del siguiente día, que era primer viernes del mes, el padre ofreció su primera misa, en la que predico su evangelio favorito, Yo soy el buen pastor, Yo conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mi, por primera vez miraba a su rebaño, en los que distinguió a la gente que sobresalía en esa sociedad, ese viernes don Roque Piragua, que siempre asistía a misa los primeros viernes del mes, no asistió, los feligreses estaban con esa inquietud. 

Pocas horas más tarde, llego a la casa cural Anacleto, hijo de don Roque piragua, desesperado diciendo que él no había matado a su padre, que no había asistido a la misa porque estaba muerto. 

El cura le creyó, pero la sociedad no, y como él era el hijo rebelde de don Roque, que era liberal y que había regresado al pueblo únicamente porque quería su herencia. 

En la casa cural, la María Encarna buscaba al padre, al que cuando encontró predio refugio y le contó su historia, era una mujer humilde que lo había perdido todo, era liberal y por eso también la perseguían, así que el padre joven, conmovido por el relato de la viuda, la dejo pasar la noche en la cocina de la casa cural. 

Después del funeral de don Roque, el notario hablo con el sacerdote para llegar a un acuerdo acerca del asesinato de don Roque, en el que el principal sospechoso era Anacleto, así que después de llegar a un acuerdo, el sábado por la noche, partieron todos, el alcalde, el Anarcasis, hijo de don Roque y medio hermano de Anacleto, el notario, el sacristán la María Encarna con sus hijos y el padre joven al pueblo de abajo. 

Así cuando llegaron a la plaza, una multitud de borrachos y conservadores, liderados por Anacarsis y el alcalde, gritaban: ¡abajo los rojos! ¡`Que viva don Roque!, y en la plaza la misma multitud quería descuartizar a Anacleto, ya que los otros tres liberales se les habían escapado, pero en realidad se habían escondido con la María Encarna en la casa cural. 

El alcalde borracho alzo su revolver hacia la cabeza del Anacleto, pero el padre alcanzo a interponerse para defenderlo, el alcalde inconsciente casi fue capaz de matar al cura, pero Anacarsis lo detuvo a tiempo. 

Belencita, hija del notario y de doña Úrsula, que había estado en un colegio de monjas, regresaba al pueblo, así que ella también se sumó al viaje que se disponían a hacer el padre y el sacristán, junto con dos guardias del pueblo de arriba que habían salido más temprano. 

Adelante en el camino se hallaron con un sargento, el sargento Lardinez, con el cual Belencita revelo la razón por la cual la querían devolver rápidamente de aquel colegio de monjas, esa coquetería tan impropia de una hija de buena familia. 

Acercándose al páramo a donde se dirigían, el “cari cortao” y el sargento continuaron a pie, un rato más tarde Belencita y el padre, continuaron hasta la boca del páramo, donde descansaron un momento, pero entonces se acercó el Sargento con otros policías trayendo al sacristán que estaba mal herido, el padre pidió a los presentes se retirasen para confesar al sacristán, el cual le dijo que él estaba viviendo con la boba fuera del matrimonio, y que él había sido el culpable del asesinato de don Roque, porque le habían pagado por eso, dicho esto, expiró. 

Así todo se aclaró, estando en el pueblo, doña Úrsula le dijo al cura que el hijo de Belencita era de don Roque, y que al parecer don Pío Quinto Flechas tenía un leve presentimiento de lo que sucedería, así fue que mando a pintar “La muerte del pecador”. 

Después de despedir a doña Úrsula, la carta que le había entregado el peón de estribo que mando el cura viejo para conducir su equipaje, se alegró, era del obispo, lo regresaría al seminario a enseñar a niños, le explicaba, que en su propio orgullo y sus ganas de ser perfecto, lo estaban consumiendo, así los niños le devolverían la humildad, así el padre regreso al seminario, y se despidió del pueblo con las siguientes palabras: 

“¡Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen!.”