FABULA
La Llama que se creia dios
En aquellos tiempos, cuando los incas reinaban estas tierras, era costumbre criar llamas en el corral comunal del pueblo.
En cierta ocasión, un sacerdote acudió allí con la finalidad de llevarse una llama, para usarla como bestia de carga y transportar objetos sagrados hasta el templo del Sol.
Conforme a la usanza, el ayudante del sacerdote vistió al animal con lujosas prendas, lo cargó con los objetos sagrados e inició su marcha por las empedradas calles del pueblo.
Durante el recorrido hacia el templo la gente se detenía para reverenciar los objetos que llevaba la bestia sobre el lomo.
La llama notó la actitud de la gente y creyó que ella era el motivo de los respetuosos saludos y veneraciones.
Sintiéndose con derecho a ser mejor tratada, decidió no andar un paso más mientras no la despojaran de la carga que llevaba.
El sirviente del sacerdote hacía esfuerzos para moverla, pero ésta permanecía inmóvil, sin mirar a nadie, con un gesto de desprecio y altivez.
–Una llama de mi condición no puede ser tratada como bestia de carga
–pensaba para sí misma la incauta.
El sirviente se quejó ante el sacerdote de la terquedad de la llama.
El sacerdote se acercó y descubrió la razón por la cual el animal no acataba ninguna orden. Entonces, levantando su vara, azotó con fuerza el lomo del camélido mientras le decía:
–¡Llama tonta! Camina nomás, que la gente no se arrodilla ante ti, sino ante la carga que llevas encima; ya verás cuando termines tu recorrido, nadie se acordará de ti.
La llama, apremiada por el varazo
reanudó su marcha, aunque a pesar de esa humillación, no dejó su gesto altanero, aquel que han heredado sus descendientes y que siempre exhiben cundo las miramos.