RESUMEN DE LA OBRA EL ALCALDE DE ZALAMEA
DE PERDO CALDERON DE LA BARCA
DE PERDO CALDERON DE LA BARCA
Argumento del libro "El Alcalde de Zalamea".
Mientras el ejercito del Duque de Al a marcha hacia Portugal para asegurar en la cabeza de Felipe II la corona de ese reino, en Zalamea de la Serena, pueblo de Extremadura, se alojan algunos destacamentos del cuerpo mandado por don Lope de Figueroa.
El rico campesino Pedro Crespo aloja en su casa al capitán don Álvaro de Ataide que, encaprichado con Isabel, hija de su anfitrión, comienza a poner sitio a su virtud. Isabel es una muchacha que sabe defenderse sola; su padre y su hermano Juan la vigilan celosamente y los ardides del capitán, a quien su capricho impele al abuso de autoridad, son desbaratados por la llegada súbita del viejo general Lope de Figueroa.
Cuando los destacamentos se van de Zalamea, y con ellos parte también Juan Crespo, que se ha alistado en el ejército, Álvaro de Ataide, con la complicidad del sargento Rebolledo y de la coima de éste, chispa, rapta a Isabel, y después de haber reducido a la impotencia al pobre de Pedro Crespo, se la lleva para violarla. Isabel huye, y cuenta a su padre su deshonra. Mientras Pedro Crespo vuelve a Zalamea meditando su venganza, el consejo municipal se ha reunido y a nombrado alcalde del pueblo al padre ultrajado.
Este valiéndose de su nueva autoridad de juez, manda a arrestar a Álvaro de Ataide y a sus cómplices, y cuando le traen a su presencia al infamador, primero le suplica como padre rogándole humildemente que repare la falta cometida y se case con Isabel, y después, cuando advierte que el soberbio noble no esta dispuesto a aceptar semejante forma de reparación, empuña su vara, símbolo del poder judicial y ejecutivo que el rey concedía al alcalde, le juzga y le condena a muerte.
Cuando se entera de que un paisano a osado condenar a muerte a un noble oficial del ejercito, don Lope de Figueroa acude para recordar al alcalde de Zalamea que es otro el tribunal que a de juzgar a un culpable de aquella categoría. Vista la obstinación de Pedro Crespo, intenta hacer que sus propios soldados liberen al preso, pero el fiero alcalde de Zalamea le pone ante el hecho consumado: sus alguaciles traen ante el general el “garrote” en que esta atado el cadáver del capitán.
A resolver el conflicto de jurisdicción acude el propio Felipe II, quien, informado de lo sucedido, en calidad de juez supremo resuelve el conflicto a favor del oscuro magistrado plebeyo, nombrándole además alcalde perpetuo de Zalamea.
El rico campesino Pedro Crespo aloja en su casa al capitán don Álvaro de Ataide que, encaprichado con Isabel, hija de su anfitrión, comienza a poner sitio a su virtud. Isabel es una muchacha que sabe defenderse sola; su padre y su hermano Juan la vigilan celosamente y los ardides del capitán, a quien su capricho impele al abuso de autoridad, son desbaratados por la llegada súbita del viejo general Lope de Figueroa.
Cuando los destacamentos se van de Zalamea, y con ellos parte también Juan Crespo, que se ha alistado en el ejército, Álvaro de Ataide, con la complicidad del sargento Rebolledo y de la coima de éste, chispa, rapta a Isabel, y después de haber reducido a la impotencia al pobre de Pedro Crespo, se la lleva para violarla. Isabel huye, y cuenta a su padre su deshonra. Mientras Pedro Crespo vuelve a Zalamea meditando su venganza, el consejo municipal se ha reunido y a nombrado alcalde del pueblo al padre ultrajado.
Este valiéndose de su nueva autoridad de juez, manda a arrestar a Álvaro de Ataide y a sus cómplices, y cuando le traen a su presencia al infamador, primero le suplica como padre rogándole humildemente que repare la falta cometida y se case con Isabel, y después, cuando advierte que el soberbio noble no esta dispuesto a aceptar semejante forma de reparación, empuña su vara, símbolo del poder judicial y ejecutivo que el rey concedía al alcalde, le juzga y le condena a muerte.
Cuando se entera de que un paisano a osado condenar a muerte a un noble oficial del ejercito, don Lope de Figueroa acude para recordar al alcalde de Zalamea que es otro el tribunal que a de juzgar a un culpable de aquella categoría. Vista la obstinación de Pedro Crespo, intenta hacer que sus propios soldados liberen al preso, pero el fiero alcalde de Zalamea le pone ante el hecho consumado: sus alguaciles traen ante el general el “garrote” en que esta atado el cadáver del capitán.
A resolver el conflicto de jurisdicción acude el propio Felipe II, quien, informado de lo sucedido, en calidad de juez supremo resuelve el conflicto a favor del oscuro magistrado plebeyo, nombrándole además alcalde perpetuo de Zalamea.