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MUERTE DEL PRINCIPE MANCO INCA

DE: LOS COMENTARIOS REALES
Jugando un día el inca a la bola con Gómez Pérez (como solía hacer con el y con los demás españoles) que por entretenerlos y entretenerse con ellos, había mandado hacer un juego de bolos por orden de los mismos españoles, por que los indios no los usaban jugar antes. El Gómez Pérez todas las veces que jugaba con el inca, como hombre de poco entendimiento y nada cortesano, porfiaba con el inca demasiadamente sobre el medir de las bolas, y sobre cualquiera ocasioncilla que en el juego se ofrecía: tanto que el inca estaba ya enfadado de el; mas por no mostrar que lo desdeñaba, jugaba también con el como con otros, que eran mas comedidos y mas corteses. Jugando así un día el Gómez Pérez porfió mas y mas de lo que solía; por que con lo favores que el virrey le había hecho, y con la esperanza de salir de aquel lugar muy aína, le parecía que podría tratar al inca como cualquier indio de servicio de los que el mismo inca les había dado.
A una mano de las del juego estuvo Gómez Pérez tan destacado, y porfió con tanta libertad y menosprecio del inca, que no pudiéndolo sufrir el pobre príncipe, le dio una puñalada o rempujón en los pechos, diciéndole: quítate allá, y mira con quien hablas. Gómez Pérez, que era tan colérico, como melancólico, sin mirar el daño ni el de sus compañeros, alzo el brazo con la bola que en la mano tenia, y con ella le dio al inca un tan bravo golpe en la cabeza que lo derribo muerto.
Los indios que se hallaban presentes arremetieron a Gómez Pérez, el cual conjuntamente con sus compañeros fueron huyendo a su aposento, y con las espadas defendieron la puerta; de la manera que no les pudieron enterar. Los indios prendieron fuego a la casa. Los españoles, por no verse quemados vivos, salieron de ella a la plaza, donde los indios los flecharon, como a fieras, con mayor rabia que todas las del mundo podían tener de ver a su príncipe muerto. Cuando los tuvieron muertos, de pura rabia estuvieron por comérselos crudos, por mostrar la ira que contra ellos tenían, aunque ya difuntos; también determinaron quemarlos y echar los polvos un rió abajo para que no quedase rastro ni señal de ellos. Mas al fin acordaron de echarlos al campo para que aves y animales se los comiesen, pues no podían hacer otro mayor castigo de aquellos cuerpos.
Así acabo el pobre príncipe manco inca, a manos de los que el, guareció de la muerte, y regalo todo lo que pudo mientras vivió, que no le valió su destierro voluntario, ni las bravas montañas que Eligio para su refugio y defensa, que aya le fueron a hallar las manos y la furia de un loco sin juicio, sin consejo ni prudencia.