POEMA FLOR DE UN DÍA DE ANTONIO PLAZA
cuando la pena doblegó mi frente,
y me soñe, mujer indiferente
al estúpido amor de las mujeres.
En mi orgullo insensato yo creía
que estaba el mundo para mí desierto,
y que en el lugar de corazón tenía
una insensible lápida de muerto.
Más despertastes tú mis ilusiones
con embusteras frases de cariño,
y dejaron su tumba las pasiones,
y te entregué mi corazón de niño.
No extraño que quisieras provocarme
ni extraño que lograras encenderme;
porque fuistes capaz de sospecharme,
pero no eres capaz de comprenderme.
¿Me encendiste en amor con tus encantos,
porque nací con alma de coplero,
y buscastes el incienso de mis cantos?...
¿Me crees, por aventura, pebetero?
No esperes ya que tu piedad implore,
volviendo con mi amor a importunarte;
aunque rendido el corazón te adore,
el orgullo me ordena abandonarte.
Yo seguiré con mi penar impío,
mientras que gozas envidiable calma;
tú me dejas la duda y el vacío,
y yo, en cambio, mujer, te dejo el alma.
Porque eterno será mi amor profundo,
que en ti pienso constante y desgraciado,
como piensa en la vida el moribundo,
como piensa en la gloria el condenado.