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RESUMEN EL BURLADOR DE SEVILLA - Tirso de Molina

Un apuesto enmascarado goza una noche en Nápoles, bajo la palabra de casamiento, A Isabela, dama de la reina, fingiendo ser su prometido Octavio. Don pedro Tenorio, desterrado a Italia por haber cometido en su país atropellos parecidos. Don Juan tenorio logra embaucar a su tío para que le permita escapara a España libre de castigo.

De amino hacia Sevilla, su patria, don Juan Tenorio naufraga en las costas de Tarragona, en compañía de su fiel criado Catalinón. Son salvados por Tisbea, una gentil pescadora, que siempre ha alardeado de independencia y escepticismo frente al amor.

A pesar de ello, se enamora perdidamente de don Juan tenorio, quien, después de gozarla, con promesa de casamiento, huye con su criado Catalinón en unos caballos de la propia Tisbea.
Una vez en Sevilla, el Marqués de la Motta, uno de los mas antiguos amigos de francachela de don Juan, le confiesa estar enamorado de su prima Ana de Ulloa, mujer de la que don Juan inmediatamente se encapricha. Usando una capa de color que le presta el Marqués, burla la buena fe de este y se introduce de noche en casa de los Ulloa, con ánimo de gozar a doña Ana.

Ella se resiste violentamente y, a sus gritos, acude su padre don Gonzalo, comendador de Castilla. Desenvaina la espada y lucha con el desconocido burlador, quien hiere de muerte al noble anciano. Pero antes de morir don Gonzalo Ulloa, le jura que su furor le seguirá más allá de la muerte.

Antes de este incidente, don Diego Tenorio, padre de don Juan, alertado por su hermano don Pedro de las andanzas que han motivado en Nápoles la vuelta a Sevilla de don Juan, le busca para ordenarle que salga desterrado a Lebrija, de orden del rey. Su hijo le contesta con despego y total falta de respeto. Pero luego tras la muerte del Comendador (que todos achacarán al Marqués de la Motta, por haber conocido su capa de color), se asusta y sale huyendo hacia Lebrija para evitar sospechas.

Catalinón, a pesar de que lo sabe todo y tiene miedo, le acompaña. Hacen un alto en el camino sen Dos Hermanas, invitados por unos acogedores aldeanos que están celebrando con rito pastoril, las bodas de Aminta y Batricio.

Don Juan, antes de que se consume el himeneo, logra gozar a Aminta, contándole mil mentiras y prometiéndole el oro y el moro. Se vuelve a imponer la huida. Catalinón aunque escandalizado, no le retira ni la compañía ni la ni la lealtad.
De vuelta a Sevilla, cada vez más enredado don Juan en las secuelas de sus propios enredos, aciertan a pasar por el cementerio que rodea a una iglesia. Sobre el sepulcro se yergue la estatua de piedra de don Gonzalo Ulloa con una inscripción que alude a la venganza que piensa tomarse sobre el burlador.
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Don Juan se acerca, le tira de las barbas y le desafía a que, si se atreve a mantenerlo, acuda esa noche a su posada. Ante el asombro de todos, la estatua de don Gonzalo se presenta en la posada de don Juan y con voz de ultratumba le cita para las diez de la noche siguiente en el cementerio. Don Juan aunque asustado por primera vez, promete que irá y la estatua desaparece.

A todas estas, las diferentes victimas de don Juan han acudido a Sevilla, a través de los más barrocos periplos. Y, enfrentados unos a otros, van declarando sus respectivos agravios y demostrando su inocencia. Don Juan acude al cementerio, acompañado, como siempre, por su fiel Catalinón. Allí la estatua funeraria, escoltada por negros pajes, ha preparado a su invitado una cena esperpéntica compuesta de alacranes y víboras. Le acusa de su crimen, pero don Juan no se muestra arrepentido, sino insolente.

En un determinado momento, don Gonzalo le pide que le de la mano y don Juan se la extiende, inmediatamente se siente abrasar y pide a gritos confesión. La estatua le recuerda que ya es tarde para salvarse y, tirando de él, le arrastra consigo al sepulcro.